La fiesta de Año Nuevo en Pichilemu siempre se convierte en un verdadero caos. La gestión municipal, encabezada por el alcalde Roberto Córdova, se empeña en cada ocasión en organizar una celebración grande, ostentosa, pero que al final se transforma en un espectáculo trágico, no solo para el medio ambiente, sino que también para el patrimonio local como es la Zona Típica de Pichilemu, monumento nacional. La mugre y desperdicios que dejan aquel éxtasis de cambiar el calendario reflejan la administración local.
Es curioso que este municipio, que se las da de animalista y pro-medio ambiente, recurra a prácticas que van en retirada, como es el lanzamiento de fuegos artificiales y no escatime en recursos para fomentar el basureo de la ciudad, tanto con los residuos que dejan los proyectiles pirotécnicos como por los restos que dejan los entusiastas turistas y vecinos que, creyendo que terminar el año significa contaminar a destajo, proyectan su inmundicia al pueblo.
Otro factor a considerar es el desorden mismo de la actividad. El público se dispersa sin control por todo el borde costero a la espera de los coloridos lanzamientos nocturnos, espectáculo que a la vez innecesario representa un gasto elevado considerando las grandes necesidades del municipio, el que debería gestionar una fiesta de fin de año, pero en un lugar donde el público pueda ser contenido y no provoque los daños medioambientales que su actividad, en suma, provoca.
Es una falacia, además, pensar que sin lanzamiento de fuegos artificiales los turistas no acudirán a Pichilemu. Hay que recordar que, no hace muchos años, Pichilemu (por las razones que todos sabemos) no contaba con recursos para poder financiarlos. Sin embargo, los veraneantes venían igual. Mala memoria para el que le conviene.
La comuna de Navidad está a la vanguardia en la provincia Cardenal Caro. De sus acciones, sostenidas en el tiempo con un claro sello en protección de su entorno, ciertas autoridades deben tomar atenta nota.