Ponencia presentada el 5 de junio de 2025 en el III Seminario Roberto Hernández Cornejo: periodismo, historia y patrimonio, del Instituto de Historia y la Escuela de Periodismo de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, y la Fundación Roberto Hernández Cornejo, realizado en Viña del Mar.
Introducción
En un contexto mediático dominado por la inmediatez, la superficialidad informativa y la neutralidad aparente, figuras como la de Roberto Hernández Cornejo (1877–1966) emerge para repensar el periodismo contemporáneo. Su obra, dispersa en diversos periódicos de Valparaíso, encarna un modelo en el que la crónica, la opinión comprometida y la literatura se entrelazan para narrar la historia nacional con profundidad y estilo. Esta ponencia busca rescatar su legado como un antídoto contra la descontextualización y el clickbait, proponiendo su trabajo como inspiración para un oficio más reflexivo y vinculado al territorio.
El periodismo de los siglos XIX y XX
En el siglo XIX y hasta bien entrado el XX, el periodismo no se limitaba a informar. Era, antes que nada, una práctica de pensamiento. En sus páginas convivían la noticia, la crónica, la memoria, la denuncia, la literatura y el ensayo. Los periódicos eran vehículos de interpretación del territorio y de las sociedades locales, no simples vitrinas de lo ocurrido. A diferencia del modelo informativo liberal que se impondría en el siglo XX, con su énfasis en la objetividad, la primicia y la neutralidad, la prensa decimonónica tenía un fuerte componente opinante y creativo: era común que los artículos se extendieran en disquisiciones filosóficas, comentarios sociales o descripciones vivenciales que conectaban directamente con los intereses, angustias y sueños de una comunidad.
Esta forma de hacer periodismo –con una escritura densa, muchas veces barroca, a medio camino entre el ensayo y la crónica literaria– no obedecía solo a una estética, sino a una función. Los periodistas eran intelectuales públicos. Sus textos no eran meros canales de datos, sino instrumentos para pensar el país, denunciar injusticias, dar cuenta de las transformaciones sociales, o simplemente celebrar o llorar las costumbres que iban cambiando con la modernización.
La irrupción de nuevas tecnologías –como la linotipia, el telégrafo o el cable submarino– facilitó la circulación y rapidez de la información, pero también trajo consigo una nueva lógica de mercado: el periodismo empezó a responder más al ritmo del capital que al de la reflexión. Sin embargo, durante varias décadas convivieron ambos modelos. En ese tiempo intermedio, figuras como Roberto Hernández, y tantos periodistas locales hoy olvidados, como Augusto Ramírez Olivares, de San Fernando, y Lucas Lucio Venegas Urbina, de Malloa, supieron usar el diario como un espacio de arte, crítica y testimonio. Las crónicas no eran meramente descripciones; eran interpretaciones subjetivas, apasionadas, muchas veces poéticas, de una realidad que se percibía en movimiento.
Hernández: El periodista integral
Roberto Hernández Cornejo fue un periodista de espíritu enciclopedista, cuya obra trascendió el hecho noticioso para convertirse en una forma de pensar la historia desde el presente. Nacido en tiempos de turbulencias políticas, vivió y escribió en un Chile en transformación, lo que lo llevó a registrar con ojo crítico y sensibilidad literaria los cambios que veía a su alrededor. A través de sus colaboraciones dejó testimonio de una época con una prosa que oscilaba entre la crónica costumbrista, el ensayo histórico y la interpretación social. Su método de escritura no separaba información de opinión, como lo exigen los estándares periodísticos actuales, sino que los fundía con ironía, profundidad y belleza narrativa.
El vínculo territorial fue clave en su quehacer periodístico. Desde Valparaíso, ciudad que adoptó como suya, escribió textos que no solo describían sino que también interpretaban la vida local como reflejo del país. Así, sus crónicas no eran meras piezas informativas, sino relatos que contribuían a construir identidad, rescatando personajes, hechos y paisajes muchas veces olvidados por la historia oficial. La biblioteca de su casa, con vista al océano, y luego la Biblioteca Santiago Severin —que dirigió por décadas— fueron símbolos materiales de una vida consagrada al conocimiento, a la lectura y a la difusión cultural. La suya fue una labor silenciosa, pero fundamental en la vida intelectual del país.
El legado de “RH”, como firmaba sus textos, es hoy en gran medida desconocido por el gran público, pese a la magnitud de su obra: 28 libros publicados y un archivo aún por redescubrir.
Sus textos revelan tres pilares fundamentales:
- Literatura y opinión: Hernández no temía mezclar datos con juicios críticos, usando ironía, metáforas y un lenguaje vívido para exponer sus ideas.
- Territorialidad: Sus crónicas sobre Valparaíso o la vida campesina no solo informaban, sino que construían identidad, arraigando lo nacional en lo local.
- Función social: Entendía el periodismo como un servicio público —educar, cuestionar el poder y preservar la memoria—, algo que hoy parece diluido en algoritmos y audiencias segmentadas.
Contraste con el periodismo actual
El contraste entre el periodismo de Roberto Hernández Cornejo y el actual es profundo y revelador. Mientras hoy prima la inmediatez, el clic fácil y la fragmentación del discurso, Hernández cultivó una forma pausada de hacer periodismo, basada en la investigación, la lectura y la escritura reflexiva. Su labor no se guiaba por la urgencia de publicar primero, sino por el compromiso con la comprensión del entorno. Frente a la aparente «neutralidad» de muchos medios actuales —que en realidad puede ocultar desinterés o complicidad—, él no temía tomar posición, interpretar y, sobre todo, contextualizar. Hernández sabía que toda noticia está inserta en una red de significados históricos y sociales, algo que el periodismo digital muchas veces olvida en su carrera por la relevancia algorítmica.
El periodista, porteño por adopción, entendía la cultura como parte integral del quehacer periodístico, no como suplemento o adorno. Hoy, cuando lo cultural suele quedar reducido al espectáculo o al dato curioso, su trabajo ofrece un modelo de cómo incorporar la dimensión simbólica de la vida social sin caer en lo folklórico. En sus crónicas sobre Valparaíso, las huelgas portuarias o las vidas de personajes populares, demostró que es posible escribir con profundidad sin perder claridad, y defender causas sin renunciar a la credibilidad. Esa fusión entre vocación pública, oficio narrativo y mirada crítica es un legado vigente y, en muchos sentidos, ausente del paisaje mediático contemporáneo.
En un tiempo en que el periodismo enfrenta una crisis de confianza y de sentido, redescubrir figuras como “RH” permite volver a preguntarse por el rol esencial del periodista en la sociedad: no solo informar, sino formar, interpelar y preservar la memoria colectiva. Su enfoque, tan distante de la lógica del trending topic, desafía al presente a reconectar con las raíces de un oficio que fue, y puede volver a ser, herramienta de transformación social y cultural.
Conclusiones: Relevancia para el siglo XXI
En el siglo XXI, la figura de Roberto Hernández Cornejo, como ejemplo de aquel periodismo en extinción, adquiere una renovada pertinencia. Su obra no pertenece solo al pasado: se proyecta hacia el futuro como un referente de lo que el periodismo podría —y debería— ser. Su enfoque multidisciplinario, que integraba la historia y la literatura, es hoy más necesario que nunca en una era en que los problemas sociales exigen miradas complejas y articuladas. Frente a la especialización excesiva o la tecnocracia informativa, Hernández ofrece el ejemplo de un periodista integral, capaz de tejer conexiones entre disciplinas y realidades diversas.
Su estilo narrativo, cuidado y reflexivo, contrasta con la pobreza expresiva de muchos productos periodísticos actuales, saturados de titulares genéricos y textos intercambiables. En tiempos de algoritmos y automatización, recuperar el poder de una buena historia —como él lo hacía— no es un lujo nostálgico, sino una necesidad ética y estética. Hernández demuestra que se puede informar con belleza, interpretar sin dogmas y emocionar sin manipular. Su capacidad para escribir con claridad y profundidad sobre temas locales, sin perder de vista lo estructural, lo convierte en un verdadero precursor del periodismo comprometido con el territorio.
Finalmente, su legado es una llamada de atención para los medios y las nuevas generaciones de periodistas. Volver la mirada a Hernández es recordar que el periodismo no solo entrega noticias: construye sentido. En un contexto marcado por la desinformación, la polarización y la desconfianza, su ejemplo invita a ejercer un periodismo valiente, que cuestione, que recuerde, que proponga. Un periodismo que no solo narre lo que pasa, sino por qué pasa —y para quién importa. Que el periodismo puede y debe ser más que un resumen de hechos: puede ser una forma de habitar críticamente el mundo.